El despertador iluminó la habitación: 6:30- AM, Valeria se tapó la cara con la manta. Otro día. Otro reto. Se obligó a salir de la cama, estiró los brazos y caminó descalza hasta la cocina. Mientras el café se preparaba, revisó la agenda en su interfaz neuronal, un pequeño implante en la sien que proyectaba información directamente en su retina.
El Distrito Omega no era un lugar fácil. Las luces de neón de la ciudad terminaban justo antes de sus calles gastadas, donde la tecnología no había llegado a todos por igual. Valeria trabajaba allí con chicos que habían caído en redes de delincuencia digital, jóvenes que crecieron con más hambre que oportunidades. No eran criminales. Eran supervivientes.
A las 8:00- AM llegó al Centro de Reinserción Digital. En la entrada, varios adolescentes manipulaban interfaces holográficas mientras resolvían problemas de programación. Pero faltaba alguien.
—¿Dónde está Lucas? —preguntó Valeria, mirando a su equipo.
—No ha venido —respondió Marta, la coordinadora del programa—. Parece que anoche estuvo en problemas otra vez.
Valeria suspiró. Lucas tenía talento. Sabía descifrar sistemas de seguridad mejor que los propios programadores que los diseñaban. Pero la tentación del mercado negro digital era fuerte: dinero rápido, respeto en los círculos clandestinos y una salida fácil de la pobreza.
—Voy a buscarlo —dijo, y salió del centro sin dudarlo.
Lo encontró en un callejón, con su vieja tablet modificada sobre las rodillas, escribiendo líneas de código en una pantalla llena de advertencias rojas.
—Lucas.
Él levantó la cabeza y frunció el ceño.
—No me sueltes un sermón, Valeria.
—No vengo a eso. Solo quiero saber si has desayunado.
Lucas se levantó y sin decir nada caminó hacia ella ella y se dirigieron hasta un pequeña cafetería donde pidieron dos cafés y un par de bocadillos sintéticos. Se sentaron en un banco de metal oxidado.
—Mira, Lucas —dijo ella, removiendo su café—. Sé que es difícil. Sé que con tus habilidades podrías ganar dinero fácil en la red oscura.
—¿Entonces para qué insistís en meterme en el programa? —preguntó él con una media sonrisa—. Sabes que tengo antecedentes. Que nadie va a contratarme.
—No lo sé —admitió Valeria—. Pero sí sé que si sigues en esto, un día alguien te va a atrapar. Y entonces, en lugar de una tablet, tendrás barrotes.
Eloy bajó la mirada.
—¿Y si fracaso?
—¿Y si no? —respondió ella—. Mira a Alex, mira a Naiara. Ellos también pensaban que no tenían opción y ahora están sacando su primer sueldo legal.
El joven tomó un sorbo de café. No respondió. Pero Valeria vio algo en sus ojos: la duda. Y donde había duda, había esperanza.
Al día siguiente, cuando llegó al centro, Lucas ya estaba allí. Con la tableta en la mano y una nueva determinación en la mirada.
—¿Listo para trabajar? —preguntó Valeria.
Él asintió.
—Dame una semana. Te voy a demostrar que sí puedo.
Valeria sonrió. No todos los días podía cambiar el mundo, pero a veces, podía cambiar el mundo de alguien. Y eso era suficiente.
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Para hacer esta historia me he ayudado de la IA, en especial en CHAT-GPT; para llevarlo acabo le he mandado el siguiente promt:
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